domingo, 20 de agosto de 2023

El Rincón del Búho Escritor: Sonetos Bajo la Lluvia.

Sonetos Bajo la Lluvia.


Giro en el último segundo, evitando que una bicicleta me choque. Los días lluviosos, por alguna razón, genera que la gente se vuelva loca al circular. Lo cual es raro en una ciudad como esta, donde llueve casi todo el año. Paso mi mano de forma rápida sobre mi gabardina roja para quitar el agua que me salpico el ciclista. Como si eso hiciera la diferencia. Continuo mi camino hacia el paradero del bus sin correr, en este punto no creo poder mojarme más de lo que estoy. Además, no tengo prisa por llegar a un departamento vacío. Hoy no ha sido un buen día.

Las luces de los autos que iluminan la lluvia hace que esta brille como pequeños diamantes, llevo ocho minutos parada esperando mi transporte, pero no hay señal de este. Para mi mala suerte, no hay donde escapar del agua, mi única compañía es el poste de alumbrado público y la música que brota de mis audífonos. Los beats de la canción digna de ser puesta en un café hacen que el tiempo sea tolerable.

De un momento a otro, la lluvia deja de caer sobre mis hombros, miro hacia arriba y me encuentro con una sombrilla amarilla. Volteo a la derecha y veo un brazo color moreno sujetando el mango de esta. El brazo vuelve a sacudirse con prisa, así que tomo el mango. Subo la sombrilla para poder ver a la persona, sin embargo, al hacerlo solo veo una figura masculina en traje que se aleja trotando sin mirar atrás. Una luz amplia me obliga a apartar la mirada, enfoco la vista para ver el número del bus 270 y extiendo el brazo, subiendo y bajando la mano para indicarle que se detenga. Al entrar guardo la sombrilla y me voy hasta el fondo para sentarme en una de las sillas rojas, destinadas a cualquier pasajero. Al tomar la cuerda amarilla para atar los pliegues de la sombrilla me doy cuenta de que en esta hay dos letras bordadas “J.C.”. Paso los dedos delicadamente por estas. Debe ser el nombre de la persona quien me la dio, pero por lo visto ha de ser muy importante para tenerla marcada.

Una vibración proveniente del bolsillo de mi gabardina me saca de mi transe. Ato torpemente la sombrilla y saco mi teléfono con una notificación.

“Sam: ¿Sigues molesta?”

Desbloqueo mi teléfono, busco sobre el fondo de pantalla de pequeños arcoíris en un fondo rosa claro la aplicación de mensajes y la abro, justo cuando otro mensaje llega.

“Sam: No quería decir nada hasta que fuera seguro.”

Escribo rápidamente antes de que pueda decir algo más.

“Lo entiendo, es una gran oportunidad. Solo que no me gustó enterarme de tu renuncia con los demás.”

Un globito con puntos suspensivos aparece sobre la pantalla, pero desaparecen inmediatamente.

“¿Ya le dijiste a Oscar sobre el puesto?”

Escribo para cambiar la dirección en la que iba la conversación. Por supuesto seguía molesta, éramos amigos desde la inducción en la oficina. Sin embargo, el enojo había disminuido tanto que estaba por desaparecer. Además, era una oportunidad grandiosa para él. Tener financiación para investigar patrones en el ambiente que puedan predecir intoxicaciones alimentarias, un tema que lo llenaba de pasión.

“Sam: No, aun no. Planeaba hacerlo esta noche. Tal vez si hay sushi de por medio, no me odie… tanto”.

Bufo dejando escapar una risa en derrota. ¿A quién trato de engañar? No puedo estar molesta con él por mucho tiempo.

“¿Si te dijera que te odio un poquito porque ahora tendré que almorzar sola me enviarías comida?”

Miro fijamente el chat esperando su respuesta, pero esta no llega y la pantalla se pone oscura ¿Habré ido muy lejos? Que mala amiga soy, está bajo tensión por esta noche y lo que hago es ponerle más carga. Voy a disculparme. La nueva notificación ilumina la pantalla. Abro el mensaje y es una captura de pantalla. Al descargar la imagen veo el estado de un pedido con mi dirección como lugar de entrega.

“Sam: Una pizza hawaiana para la amiga más dulce”.

“Jajaja, lo decía en broma, pero la comida gratis siempre es bien recibida”.

Me levanto de un salto al reconocer la calle por la que pasaba el bus, debía anunciar mi parada o tendría que caminar cinco minutos extra hasta mi edificio. Me sujeto fuertemente rodeando mi celular y el tubo con una sola mano, cuando el bus frena fuertemente a los segundos de haber apretado el botón.

- ¡Muchas gracias! - Grito y salto a la calle. Despliego la sombrilla del hombre misterioso y me resguardo bajo está. No me sorprendería que esta lluvia de transforme en hielo en cualquier momento. Me apresuro a cruzar un parque que divide dos bloques de edificios y luego giro a mano izquierda sin detenerme. A pesar de ser un barrio seguro, caminar de noche no me genera mucha confianza. En especial si son pasadas de las nueve de la noche. Estúpido informe, y estúpida yo por no haberle dicho que no a Amanda.

Llego a la entrada de mi edificio y coloco la tarjeta de acceso en el sensor. Tomo el ascensor hasta el cuarto piso. Al abrirse las puertas noto que hay una mujer de espaldas apoyada junto a mi puerta. Lleva el pelo castaño hasta la altura de los codos.

-Hola extraña. ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar con tu esposo? - Digo mientras abro la puerta. Valentina lleva su típico saco gris con la frase “Que tu día este lleno de serotonina”, mi regalo de navidad cuando iba en segundo año de medicina. Lo que no era típico era la caja de cartón que sostenía con ambas manos.

-Hoy tiene partido de fútbol con los del trabajo, así que he decidido visitar a mi hermana favorita.

-Val, soy tu única hermana- Valentina abre la boca para protestar - El perro de mamá y papá no cuenta.

Ambas entramos al departamento y dejo que Valentina entre directo a la sala antes de cerrar la puerta. Conoce el camino a la perfección, ya que solíamos vivir juntas antes de que se casara.

-Con todos los cuidados médicos que tiene el pobre, creo que hubiesen podido costearle una carrera a otro hijo. - Dice, asomando la cabeza por la columna que separa la sala del comedor.

Dejo la mochila negra en el piso y automáticamente llevo las manos a los broches de mi sujetador y los suelto.

-Yo les insistí que tener un pug iba a ser costoso- Digo mientras paso las tiras de mi por entre mis brazos para finalmente liberarme de él y lo dejo sobre la mochila. Valentina ha acomodado la caja de cartón sobre el tapete de flor morado que ambas compramos en un mercado de pulgas y se ha sentado junto a esta. Paso de largo y entro a la cocina, de la encimera blanca saco dos vasos y los llenos de agua. Regreso a la sala y le extiendo a ella el vaso transparente con un patrón de fresas y yo me quedo con el vaso metalizado con escamas, asemejando la cola de una sirena. Valentina toma un gran sorbo.

-Este es nuevo- dice mi hermana mientras lo deja sobre la mesita de café blanca en forma de nube.

-Lo encontré en línea y no pude resistirme- Le resto importancia con la mano. Me siento en el sofá blanco y pongo un cojín morado sobre mis piernas. De repente la caja se sacude un poco y no puedo evitar dar un sobre salto- ¿Vas a decirme porque traes una caja con agujeros?

-Saris, Diego y yo estuvimos hablando- Dice mientras abre las solapas de la caja y se inclina. Eso no es buena señal- Y creemos que es lo más sano para ti.

Mis ojos se abren como platos cuando mi hermana saca un perrito color pimienta. Aun no es un adulto completo, pero tampoco es un bebé. Tiene los ojos café oscuros y barbas negro con gris en todo su hocico. Es una mezcla schnauzer con algo más. Reprimo las ganas de tirarme al piso y abrazarlo.

-Espero que no estés pensando en dejarme a cargo de él.

-Yo sé que es una gran responsabilidad.

-Val, sabes que por mi trabajo no tengo tiempo para cuidar de él.

-Lo sé, pero últimamente te la pasas encerrada aquí sola. Y ahora que Samuel se va del país, no vas a traer más amigos porque literalmente él es el único que tienes.

- ¿Como te enteraste de eso? Ni Oscar lo sabe aún.

-Porque me llamó a pedirme consejos de cómo darle esa noticia.

Una pequeña punzada me pincha el corazón, pero lo hago a un lado. Samuel es amigo de las dos. Antes de que Valentina se comprometiera, solíamos ver comedías románticas juntos mientras nos llenábamos la boca de palomitas. Es normal que le pida consejos, y más aún porque mis relaciones románticas se resumen a una relación fallida hace 3 años. Valentina pone al perrito en el suelo y se sienta junto a mí.

-Val, sabes que trabajo de ocho a cinco, con suerte. Él estaría solo toda la tarde, no es justo.

Al perrito le ha llamado la atención el tapete de flor y se ha acostado sobre sus patas delanteras y con la colita arriba moviéndose de un lado a otro, le gruñe juguetonamente.

-Lo sé, por eso yo te ayudaré. Vendré acá antes de que salgas a trabajar y estaré con él toda la tarde hasta las cuatro, con eso no estará tanto tiempo solo.

No puedo contenerme más y me tiro al piso y tomo al perrito entre brazos. Su pelo es suavecito y huele al perfume de Valentina. Debo haberle caído bien porque este empieza a lamerme la cara. Por fin reconozco mi derrota, desde que mi hermana lo saco de la caja ya sabía que se quedaría.

-Está bien, solo si prometes ayudarme a cuidarlo.

Mi hermana se lanza al piso conmigo y me da un espontáneo abrazo.

Algo húmedo en la cara me despierta en la mañana. Abro los ojos y me encuentro con Percy jadeando parado sobre mi estómago. Los recuerdos de anoche me impactan como un relámpago. Duramos hasta las doce decidiendo un nombre adecuado, mientras nos comíamos la pizza que Samuel me había enviado.

Percy mueve sus patas delanteras, casi dando saltitos sobre mí. Le acaricio la cabeza y tomo mi celular. ¡¿5:30 am?! Es muy temprano.

- ¿Tienes ganas de ir al baño? - le pregunto y como si me hubiese entendido, Percy ladra y salta de mi cama a la puerta. Sin cambiarme la pijama rosada con nubes, me pongo una gabardina negra encima y unos tenis. Le pongo la pechera azul que Valentina le compro y salimos.

El parque se encuentra vacío, en termino de perros. No hay ninguno a la vista. Parece que Percy también está decepcionado, la emoción de hace unos segundos ha desaparecido. Con las orejas agachadas Percy se dispone a oler un arbusto, pensando si ese lugar es lo suficientemente bueno para orinar.

De repente, detrás del arbusto sale un perro que le dobla el tamaño a Percy. El pelo del extraño perro color dorado se eriza en su lomo y sus dientes se muestran en su ancho hocico. Si llega a morderlo seguramente terminaríamos en urgencias. Me acerco con precaución, la tensión se siente en el ambiente.

-Percy, ven acá. - Mi voz sale temblorosa.

Percy se encoge y retrocede lentamente, su cola está metida entre las patas. Sin embargo, Percy no logra llegar a mi porque el perro se abalanza sobre él. El alma me cae a los pies, la escena era un caos. Percy trata de escapar tomando como ventaja su pequeño tamaño, pero el otro perro no le da descanso. No sé cómo separarlos, me quito los tenis y se los lanzo con la esperanza de ahuyentar al otro animal. Mis medias se empapan rápidamente por el rocío de la mañana.

De la nada un hombre pasa a toda velocidad y toma al perro atacante del collar y lo gira sobre su mano, dejándolo inmovilizado. Salgo de mi estado de shock y corro hacia Percy. Este salta a mis brazos y lo abrigo con mi gabardina para calmarlo.

- ¡Hey! ¿Qué cree que le está haciendo a mi perro?

El hombre que tiene inmovilizado al animal y yo nos giramos hacia un hombre de unos cincuenta años. Lleva un traje con corbata, la correa del perro en una mano y su celular en otra.

- ¿Ese perro es suyo? - pregunto sin hacer mucho esfuerzo en ocultar mi molestia.

El hombre no se molesta en contestarme y empuja al hombre que me ayudó. Esté ultimo no pone resistencia y se ubica a mi lado.

-La señorita acá presente le hizo una pregunta- su tono no es altanero, pero si contundente. El hombre de traje nos mira de reojo.

-Y que, si lo es, no es problema suyo. Es más, debería demandarlo por maltrato animal.

-Creo que soy yo la que debería demandarlo a usted por maltrato animal. - digo señalando al hombre quien acaricia la cabeza de su perro como si fuese el animal más dócil del mundo. La sangre me hierbe ¿Como es posible que después que su perro causo tremendo alboroto, ahora seamos nosotros los que le salemos a deber? Inconscientemente aprieto a Percy con más fuerza contra mi- Es usted quien dejo a su perro de carácter fuerte, por no decir otra cosa, suelto sin supervisión.

El hombre me mira de arriba abajo, reparando en mi pantalón de nubes y mi falta de zapatos, haciendo que me ruborice. Maldición.

-Lo que diga, vieja loca. - Dice el hombre y se lleva a su perro. - No tengo tiempo parapersonas como ustedes.

Inhalo profundamente. Siento como las palmas de mis manos me hormiguean. Me preparo para ir tras el dueño del perro, pero el hombre que nos ayudó pone gentilmente su mano sobre mi hombro deteniéndome.

- ¿Se encuentran bien? - Dice revisando el reloj digital de su muñeca. El sudor le resbala por su piel morena. Reviso a Percy rápidamente, parece que no hay señales de ninguna lesión mayor.

-Si, creo que estamos bien- Digo mientras acaricio la cabeza de Percy, que aún se encuentra temblando- Muchas gracias por su ayuda. Lamento haber interrumpido su sesión de ejercicio.

El hombre se sorprende, así que aclaro rápidamente. - Lo digo por su ropa y porque está sudando. - señalo con una mano su jogger, tenis y camisa negra.

El hombre sonríe tímidamente y se rasca la parte atrás de su cabeza

-No fue nada. Me alegra que estén bien, sin embargo, es mejor que lo lleves al veterinario.

-Si claro, es lo mejor- me quedo callada esperando que el siga la conversación, pero el hombre solo sonríe y asiente con la cabeza ¿debería tomar esta ventana e irme? ¡NO! Por esta razón es que Val me regalo a Percy. - Si no te importa, me gustaría agradecerte con un café… Ehh creo que no me dijiste tu nombre.

-Si claro, perdona lo distraído. Me llamo…- Las facciones del hombre se contraen y deja escapar un fuerte estornudo. En eso su reloj se ilumina y veo la hora. Carajo ¡¿7:00 am?! A la mierda el romance, no puedo llegar tarde al trabajo.

-Lo lamento mucho, tengo que irme. Fue un placer conocerte.

Corro con Percy en un brazo y con mis tenis en el otro hacia mi departamento, dejando al hombre con la palabra en la boca.

 

Llego a mi puesto a faltando diez minutos para las ocho. Afortunadamente me encontré con Valentina camino a mi apartamento y acepto llevar a Percy al veterinario. Me arrojo en mi silla y me tomo un respiro. Siento como si no hubiese respirado desde que Percy fue atacado en el parque. En lo que enciendo mi computadora, la pantalla de mi celular se enciende. Un mensaje de Sam.

 

“Sam: Buenos días ¿Como va tu mañana sin mi brillante presencia?”

 

Una sonrisa se me escapa.

 

 “Si te dijera que lúgubre desde que puse un pie fuera de mi cama, ¿Me creerías?”

 

Psst. Me giro a ver a mi compañera de enfrente. Esta gesticula con los labios “El supervisor está en la puerta”. Mis ojos se abren rápidamente y guardo el celular sin llegar a ver el mensaje de Sam. Aliso mi blazer gris con las manos, al igual que mi falda beige. A diferencia de mi ropa de fin de semana y mi apartamento, la ropa que suelo usar en la oficina son de tonos tierra y grises. Sam lo describe como un caso al estilo Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

 

Una vez el supervisor pisa el umbral de la puerta, todos nos ponemos de pie. El señor Ortega es bastante… conservador y prefiere que muchas cosas se mantengan tal y como se hacía en su tiempo, considerando que está llegando a los ochenta.

 

-Buenos días a todos, espero que se encuentren bien. - Desde donde estoy, puedo ver como su saliva salpica al compañero que está en primera fila. Reprimo una mueca de disgusto. - El motivo de mi visita es para presentarles al nuevo editor de la revista. No tiene mucha experiencia en el ámbito científico, pero tiene una gran trayectoria en el campo editorial. Señor Hernández, por favor preséntese.

 

Mis ojos se abren como platos al ver al hombre del parque entrar. Su ropa de trotar ha sido reemplazada por un traje azul marino sin corbata. Si estaba sorprendido en verme, no lo deja ver.

 

-Muchas gracias, señor Ortega, con su presentación no tengo mucho más por decir. Espero poder trabajar con todos de la manera más amena y las puertas de mi oficina están siempre abiertas. - La última parte la dice mirándome fijamente a los ojos. Me es imposible no desviar la mirada, así que me enfoco en el fondo de pantalla de mi computadora, que muestra la foto de algún lugar en el mundo que probablemente nunca visite. Sin ninguna otra palabra, ambos hombres se retiran de la sala. Espero unos minutos antes de hundirme en mi cubículo. ¿Que haré? Este hombre, que ahora es mi jefe, me vio en pijama, despeinada y sin zapatos. Dios, yo no pido mucho, ni lo pediré en el futuro. Por favor hazme desaparecer en este momento.

 

Me paso la mañana enfocada en redactar los últimos detalles de un artículo sobre prevención de bacterias en alimentos. Y lo más importante, pensando en una manera de evitar a mi jefe por el resto de mi vida. Mi compañera de enfrente se pone de pie con una carpeta entre sus manos.

 

-Amanda, ¿Le llevarás tu borrador al señor Hernández? - Digo usando un tono bastante endulzado. Tanto que Amanda frunce el ceño desconfiadamente.

 

-Sí… Tengo fecha límite para esta tarde.

 

 Típico de ella, siempre entrega la primera revisión faltando un día para entregar el producto final y por lo general tengo que ayudarle con los que quedan pendientes porque, según el señor Ortega, toda la empresa es una gran familia y debemos ayudarnos. Y a juzgar por la pila de papeles que tiene en su escritorio, esta vez no será la excepción. Trato de poner mi mejor sonrisa y tragarme mis opiniones.

 

-Te importaría esperar unos segundos mientras imprimo mi artículo y se lo entregas al jefe. Es que ando atrasada con una infografía y debo acabarla antes del medio día. - Mentira, todavía tengo otra semana más para terminarla. - Y tal vez, así pueda ayudarte con algunos de tus artículos.

 

Los ojos de Amanda se iluminan y en sus labios color ciruela se dibuja una amplia sonrisa. Bingo.

 

-Claro que te ayudo, para eso estamos.

 

Al cabo de unas horas, otra compañera viene a mi escritorio con una carpeta y deja sobre este mi artículo. Mi mente queda en blanco y mi mandíbula no puede evitar descolgarse. Sobre el título hay escrito en tinta azul una sola palabra “REESCRIBIR”. Tomo las hojas y busco en las otras dos páginas alguna otra observación, pero está vacío. Nunca había recibido esa clase de observación, así sin ninguna explicación.

 

-El señor Hernández quiere verte en su oficina. - Dice Paula y se dirige a otro compañero.

 

¿Será por lo de esta mañana? ¿Lo habré molestado? Maldición, ¿Por qué no pudo simplemente decir que no le gusto? Suspiro profundamente y me dirijo al frente del lugar. Su oficina es completamente de vidrio, pero las persianas se encuentran completamente desplegadas, dando la ilusión de privacidad. Me detengo en la puerta, en un intento de reunir más valentía. Antes de tocar me detengo en la placa sobre el cristal de la puerta J.C. Hernández ¿Dónde lo he visto antes? Sacudo la cabeza para olvidarme de eso. Cuando me dispongo a dar el primer golpe la puerta se abre. El señor Hernández frena en seco al verme. Instintivamente doy unos cuantos pasos atrás.

 

-Oh, discúlpeme. - Dice mientras se hace a un lado- He visto una silueta en la entrada y decidí salir para ver quien era. Siga, por favor.

 

Entro a la oficina y el cierra la puerta a mi espalda. No puedo evitar fijarme que aun en tacones, mi cabeza le llega hasta los hombros. Tu artículo Sara, enfócate en tu artículo.

 

- ¿En qué puede ayudarle señorita…?

-Torres, Sara Torres.

-Señorita Torres. - Sin decir más va hasta su escritorio y toma asiento, no sin antes mover un resaltador azul que no estaba perfectamente alineado. Y con una mano invita a sentarme.

-El motivo de mi visita señor Hernández.

-Juan Carlos.

- ¿Disculpe?

-Puede llamarme Juan Carlos… si así lo desea.

Respiro profundo y vuelvo a retomar.

-El motivo de mi visita señor Hernández. Es porque usted me ha llamado y espero que sea acerca de mi artículo, el cual tiene una única observación.

-Ah si, considero necesario que lo reescriba.

Cálmate, Sara. No vayas a estallar. Recuerda que ahora tienes que mantener a Percy. Fuerzo una sonrisa.

-Eso lo entiendo, pero no entiendo que parte o que enfoque quiere que tenga.

-Considero que tu artículo es solo informativo. Su contenido puede ser consultado fácilmente en cualquier página de Internet. Me gustaría que fuese más propositivo. Tal vez algo sobre que bacterias se han encontrado con mayor frecuencia en el país y como evitarlas.

- ¿Y lo quiere en su escritorio para esta tarde? - digo lentamente tratando de procesar lo que acaba de decir.

-Se que podrás hacerlo. - Me motiva alzando ambos puños sobre su pecho. - Creo en tu potencial.

Me levanto lentamente de la silla. Siento que me acaban de dar una cachetada y un abrazo al mismo tiempo. Reescribir ese artículo me llevará toda la tarde y parte de la noche.

-Ah y señorita Torres. Estoy dispuesto a reagendar el café cuando le sea más conveniente- Giro para verlo, pero ha enfocado su atención completamente en su computador, como si lo que acabara de decir haya sido algo de todos los días.

Para cuando termino de reescribir el artículo el sol lleva varias horas de haberse ido. En la oficina solo quedamos Juan Carlos, Amanda y yo. Envío el documento a impresión y apago mi computadora una vez estoy segura de que se imprimió correctamente. Reviso mi teléfono por primera vez desde esta mañana. Tengo algunos mensajes de Sam pidiendo que le dé más detalles de lo que hablamos en la mañana y algo sobre una sorpresa de Oscar. También tengo unos mensajes de Valentina. Un peso deja mis hombros, Percy está sano y salvo. Valentina lo tiene en su departamento, pero tengo que pasar por el de camino a casa. Son las ocho y media, debo darme prisa. Meto mis cosas en mi bolso, tomo el estúpido artículo de la impresora y me dirijo a la oficina de Juan Carlos. Toco la puerta y espero a que me den permiso de entrar. El sigue con el computador encendido. Al entrar se pone las gafas de marco negro sobre el cabello castaño y pone la barbilla sobre sus dos manos.

-Señorita Torres ¿En qué puedo ayudarte?

Sin perder ningún segundo me acerco a su escritorio y dejo el documento en el.

-He terminado de reescribir con lo que me ha pedido, así que me retiro por hoy. Que tenga buena noche.

-Asumo que por la hora deberá tomar un taxi hasta su casa.

-No, tomaré el bus. - Reviso el reloj. - Se me hace tarde, buena noche.

Parece que quiere decir algo, pero vuelve a cerrar la boca así que me doy la vuelta y me voy.

La parada del bus se encuentra poco concurrida. Me encuentro acompañada por una pareja y una viejita que lleva algunas bolsas de tela con vegetales. Llevo veinte minutos esperado al bus, pero este no llega. Los carros pasan a toda velocidad, pero para mí mala suerte, ningún taxi se ve a la vista. Me abrazo con el blazer, debí haber empacado algo más abrigado. Un automóvil detiene se detiene en la parada del bus. La ventana del copiloto desciende por completo. Juan Carlos se asoma por esta.

-Sara, ¿Te llevo? - Le dedico una mirada de desconfianza- Ya no estamos en la oficina, así que podemos hablar sin formalidades.

Vuelvo a revisar la hora. Si sigo esperando, llegaré muy tarde a casa de mi hermana y no hablar de la hora a la que llegaré a la mía. Suelto un suspiro derrotado.

-Está bien, pero necesito hacer dos paradas ¿Está bien contigo?

Juan Carlos me dedica una sonrisa victoriosa y abre la puerta del carro.

-Tú mandas.

 

Para cuando llegamos donde Valentina, el tráfico de la ciudad había disminuido bastante. Una vez subo a Percy en mi regazo, este reconoce a Juan Carlos al instante. Juan Carlos estira la mano y Percy se acuesta sobre su espalda. Pequeño traidor.

-Parece que está bien. - Retira la mano y enciende el motor.

-Si, afortunadamente no pasó a mayores.

-Debiste estar muy preocupada. - Dice moviendo la nariz de un lado al otro, como si quisiera ahuyentar un estornudo.

-Si, pero casi no tuve tiempo de pensar en ello porque estuve ocupada toda la tarde.

-Me alegro de que funcionara. - Mi corazón da un brinco, volteo a verlo.

Él no desvía la mirada del camino, pero tiene una tímida sonrisa dibujada en los labios. El calor me sube a la cara. Nos quedamos en silencio un rato, así que aclaro la garganta.

-Gracias por eso… aunque se te fue la mano un poco.

A Juan Carlos se le escapa una risa.

- Lo lamento, aunque todavía sostengo lo que dije en la oficina. Tienes mucho potencial.

-Por un momento pensé que te referirías a la invitación del café.

-Eso todavía no lo olvido.

Justo antes de doblar en la esquina que lleva al parque me cercioro de que no haya ningún perro grande suelto. La noche anterior llovió sin parar, así que tengo la esperanza de que los demás dueños hayan decidido esperar un poco antes de sacar a sus mascotas. Para mi suerte, el parque se encuentra casi vacío. Sin embargo, antes de seguir me pongo en cuclillas a la altura de Percy.

- ¿Recuerdas lo que te dije? - Percy ladra una vez. - Cuando veas un perro grande corres muy rápido a donde estoy. Y nada de pelearse con perros de tu tamaño o más chicos.

Percy ladra dos veces más y bate su cola. Ya quisiera yo que me entendieras. Giramos para entrar al parque, pero lo que veo me hace frenar en seco. Ahí, sentado en una banca de cemento se encuentra Juan Carlos, tiene los ojos cerrados y su rostro mira al cielo recibiendo directamente los rayos del sol. Las garritas de Percy me rasguñan la pierna.

- ¡Oh! Perdón.

Me agacho para soltarle la correa y este sale a toda velocidad hacia Juan Carlos. Percy se sube en la banca y mueve sus patas delanteras con emoción. Juan Carlos se sorprende y le acaricia detrás de la oreja gentilmente. Paso saliva y me armo de valor para ir hacia ellos.

-Espero que te hayas aplicado bloqueador solar antes de salir.

-Buenos días a ti también. - Dice sonriendo. En su mejilla izquierda se dibuja un pequeño hoyuelo. Desvió la mirada a cualquier otro lugar que no sea su sonrisa. -Hoy parece que no has perdido tus zapatillas.

-No lo sé, todavía es temprano y el parque es bastante grande- Digo, tratando de no pensar en que hoy traigo un pantalón morado con unicornios y una gabardina negra. En cambio, el trae algo muy parecido a ayer, una camiseta negra y una licra cubierta por una pantaloneta del mismo color. -Espero que no hayamos interrumpido tu ejercicio.

-No, ya estaba de regreso a mi departamento. - Dice sin mostrar ningún interés en ponerse de pie.

-Ah bueno, espero que no te llueva de regreso. - Digo arrepintiéndome al instante. ¿Es que estoy tonta? “Espero que no te llueva de regreso”. Juan Carlos respira profundamente y se dirige en la dirección opuesta a la que llegué. Vamos, piensa rápido. -Si no tienes nada planeado para hoy

Juan Carlos se da la vuelta y se acerca a mí.

- ¿Me decías algo?

Pues claro que no escucho, si mi voz salió como un hilo. Respiro profundamente.

-Me preguntaba si no tenías nada que hacer, te gustaría acompañarme a pasear a Percy y luego, tal vez, ir a mi departamento a pagarte ese café.

-Me encantaría. - Esta vez, Juan Carlos sonríe tan ampliamente que sus ojos se cierran casi por completo, haciendo que mi corazón se encoja.

Dudo por un segundo antes de abrir la puerta a mi departamento. Sin embargo, siento la voz de Sam y Val dándome ánimos y no me retracto. Abro la puerta y Percy entra directo a la cocina a tomar agua. Me hago a un lado y extiendo el brazo.

-Por favor, pasa. - El asiente.

-Con permiso- murmura y sigue a la sala. Podría jurar que él se encuentra tan nervioso como yo. Cierro la puerta y él se encuentra todavía de pie en el centro de la sala admirando todo el departamento como si fuese un museo.

-Puedes sentarte si quieres. - Juan Carlos se exalta un poco.

-Todo es bastante colorido. - Dice mientras se sienta en el sofá blanco. Se supone que es un sofá que acomoda fácilmente a dos personas y si nos apretujamos un poco, hasta tres. Pero con el ahí, la segunda persona cabe apenas. El debió interpretar mi mirada como algo más porque se corrige rápidamente. - Lo digo como algo bueno, se ve lleno de vida.

-Gracias… creo. Siento que, al ver tantos colores vibrantes, mi percepción del mundo allá fuera cambia y me llena de alegría. Siento que puedo enfrentarme a cualquier cosa porque al final del día volveré a este lugar seguro. - Respiro profundo y fuerzo una sonrisa. - En fin, prefieres el café con o sin leche.

Sin esperar una respuesta me dirijo a la cocina. Juan Carlos se pone de pie y se sienta en las sillas rosadas de la barra, las cuales tienen una vista directa a la cocina. Me detengo a medio camino cuando escucho un fuerte estornudo a mi espalda.

- ¿Te resfriaste anoche?

Volteo a verlo, y este ha sacado unas pastillas blancas y las toma sin ningún tipo de líquido. Voy rápidamente a la nevera y le sirvo agua. Juan Carlos agradece el gesto y antes de beber, observa con curiosidad el estampado de fresas en el vaso.

-No, soy alérgico a los perros. -Explica tímidamente. - Pero no te preocupes, una vez me acostumbro al perro, los estornudos y la comezón desaparecen.

Aliviada me dirijo al gabinete y saco el frasco de vidrio donde tengo el café, éste es completamente transparente y en la tapa de madera tiene un grano de café por donde se puede agarrar la tapa. Vierto el café en la base de mi moka italiana azul pastel y la coloco sobre la estufa.

-Lamento haberme quedado viendo tu departamento de esa forma, no pretendía ser tan fisgón. Solo que en la oficina te vistes tan diferente y no me esperaba que vivieras en un lugar así. No que me haya fijado como te vistes o me imaginara como sería tu departamento. - Dice apresuradamente. Al ver que masculla algún tipo de maldición, asimismo, no puedo evitar reírme. Su rostro se pone completamente rojo, lo cual hace que me ría aún más fuerte y al cabo de unos segundos él se une.

-Perdóname, no pretendía reírme tan fuerte. - Digo limpiándome una lágrima del ojo. - Pero mis pijamas de los últimos dos días debieron darte algún indicio.

- ¿Tu cómo crees que es mi departamento?

Giro la cabeza a un lado. ¿Estará hablando enserio? Al ver que está esperando una respuesta niega con la cabeza -Estas loco, no voy a responder eso.

-Vamos, alivia un poco mi vergüenza. - Dice con tono suplicante, juntando sus palmas. - Además quiero saber que perspectiva tienes de mí.

Lo miro con detenimiento. No puedo creer que vaya a hacer esto, que tipo más raro. Sin embargo, ahora ha plantado la semilla de la curiosidad y necesito saber si tengo la razón.   

-Está bien, déjame pienso un momento. - accedo y pienso en lo que he visto hasta ahora de él. - Pienso que tu casa es bastante minimalista, probablemente destacan colores como el negro y el azul oscuro. ¡Oh! Y tienes en algún lugar un portalápiz con solo esferos de tinta azul como la que usaste para corregir mi artículo.

Juan Carlos desvía la mirada, pero alcanzo a ver como sus orejas se ponen rojas.

-Parece que el café ya está. - Dice sin más.

Apago la estufa y tomo dos tazas. Vierto la bebida caliente y le extiendo la taza con estampado de vaca y una carita guiñando el ojo. Juan Carlos la toma con las dos manos y le da la vuelta para apreciarla en su totalidad, pero su mirada se detiene en el asa.

- ¿Es una cola?

-Por supuesto que es una cola, no ves que es un muuug. - Digo sin mucha importancia y voy a la nevera. Tal vez el frío me quite el calor que este momento me invade la cara. Me acerco al mesón nuevamente. - ¿Leche?

-No, así está bien. - dice tratando de ocultar la diversión de su rostro. ¡Dios! Por eso es que estoy soltera. Vierto un pequeño chorro de leche en mi taza lila con un patrón flores blancas.  Lo que me encantaba de esa taza es que el borde tenía algunas delicadas irregularidades que asemejaba el pétalo de una flor.

-Entonces ¿Por qué decidiste tomar ese trabajo? - Digo mientras me siento junto a él en una silla verde.

-La ciencia siempre me ha interesado, pero no lo suficiente para haber estudiado una carrera con base en ello. En la editorial donde trabajaba alcanzaba a leer algunos manuscritos, pero no con tanta frecuencia para saciar mi curiosidad - Juan Carlos titubea y le da un gran sorbo a su café antes de continuar. - Así que decidí intentarlo y me postulé a las varias revistas científicas y fue USS quien mejores servicios me ofreció. ¿Qué hay de ti?

- ¿Qué hay de mí? - Abro una caja metálica con galletas de vainilla y lo pongo en medio de los dos. Percy salta a la tercera silla de la barra y pone la cabeza sobre el mesón.

-Si, ya sabes ¿Cómo terminaste en este trabajo? - Pregunta mientras parte una galleta en la mitad y me la extiende.

-Al principio se suponía que era un trabajo temporal. - Coloco el trozo de galleta en frente de Percy y este se lo devora en un abrir y cerrar de ojos. - Mi idea era ahorrar lo suficiente para sostenerme sin empleo en lo que publicaba mi poemario. Pero ya sabes, dos años se convirtieron en cuatro y acá estoy, seis años después.

- ¿Y cómo va tu poemario? - Pregunta cuidadosamente.

-Guardando polvo en mi computadora. Hace dos años que lo terminé, pero sentí que no era lo suficientemente bueno. Así que nunca lo envié.

- ¿Puedo leerlo?

- ¡¿Qué?!

-He leído algunos poemarios ¿No quieres saber si tienes una oportunidad en ese mundo? Incluso te dejaré elegir el color con el que quieras que haga anotaciones, ya que parece que tienes algo personal contra el azul.

Lo miro con cautela. ¿Debería dejarlo que lo lea? Se que tiene bastante experiencia en el área, pero no sé si estoy lista para que me cierren las puertas de este sueño. Volteo a verlo a esos ojos tan café como el caramelo. Quien espera expectante a una respuesta. No creo que Juan Carlos sea el tipo de persona quien haga añicos los sueños ajenos.

-Está bien.

Le paso mi computadora con el manuscrito y le pido que corrija con color morado. Juan Carlos se pone a leer mis palabras y por alguna razón no puedo evitar sonrojarme. Me da vergüenza que lea algo tan personal, así que me limito a preparar otra taza de café para los dos. Cuando el café está listo, le paso la taza a Juan Carlos y este le da un sorbo y sigue leyendo un poco más. Vierto la leche fría en mi bebida y para cuanto me siento junto a él, está leyendo los agradecimientos. Juan Carlos guarda silencio, solo se limita a darle otro sorbo a su bebida.

- ¿Tan mal estuvo que no sabes cómo decirlo? - Dejo escapar una risa nerviosa.

-No, lo que trato de entender es ¿Cómo creíste que esto debía permanecer oculto? - Juan Carlos señala con una mano la pantalla del computador. A mi corazón le da un vuelco.

-No creo que sea para tanto. - Digo restándole importancia con una mano.

-No, si lo es. Este poemario lleva una parte de ti, al que le dedicaste años para abrirle tu corazón y dejarlo plasmado en tinta. Y solo por eso merece una oportunidad de que vea la luz del sol. Además, como editor siento que tiene potencial. - Comenta con una sonrisa coqueta que hace resaltar el hoyuelo de su mejilla derecha.

-Lo voy a pensar. - Le devuelvo la sonrisa, cuando me doy cuenta de un pequeño detalle. - Espera un momento, nunca me dijiste si había atinado a mi descripción.

-Parece que esta vez seré yo quien invite el café la próxima vez. - Dice sonriéndole a su taza antes de darle un sorbo.

 

 

Caminamos juntos a la oficina. Ya llevamos tres semanas viéndonos casi todos los días, sin embargo, siempre coincidimos en mi departamento. El día anterior nos quedamos charlando toda la noche, pero en la mañana tuvo que marcharse temprano para atender una junta. El resto del día me la pase contemplando la pantalla de mi computadora pensando en que debía hacer. Juan Carlos había hecho algunas correcciones, la mayoría eran sobre cambios de palabras o estrofas para hacer la idea menos confusa. Las cuales había corregido al día siguiente de que las hiciera. Sin embargo, lo que logró quitarme el sueño fue el título, o más bien, la ausencia de este. Como había decidido no publicarlo, nunca llegue a nombrarlo. Estaba tan frustrada que terminé llamando a Val para contarle todo y que me ayudará a elegir un buen nombre, pero esta decidió que era más interesante “Juan Carlos” como tema de conversación. Lo cual, me llevo a no pegar un ojo en toda la noche y recurrir al gran vaso de café que humea entre mis manos.

-Me sorprende que no tengas un vaso exclusivo para tomar café fuera de tu casa. - Dice Juan Carlos divertido, señalando mi vaso blanco con el logo de la cafetería y toma un trago de su termo azul mate.

-Oh, si lo tengo, Juan- Le doy un sorbo juguetonamente, el sabor a caramelo me inunda la boca- Solo que hoy lo olvide por salir apurada.

Juan Carlos frena en seco.

- ¿Acabas de llamarme por mi nombre? Incluso, solo has usado uno de mis dos nombres. - Dice dramatizando su sorpresa.

-Si- rio un poco- estaba pensando que probablemente nadie en la oficina le importe.

-Entonces no olvides traerlo la próxima vez Sara. El siguiente café lo invito yo. - Dice con una risa cautivadora.

Ambos nos reímos. Sus bellos hoyuelos se dibujan en las mejillas, me encantaría besarlos en este momento. Sacudo el pensamiento de mi cabeza y me enfoco en poner un pie adelante del otro. Giramos en la esquina para llegar a la oficina, cuando Juan Carlos frena en seco.

-Juan Carlos, ahí estas- dice dulcemente una voz femenina.

La mujer corre hacia Juan Carlos y le da un abrazo. Este no le devuelve el abrazo, solo se queda ahí con los brazos abiertos y parpadeando varias veces. Como si no creyera lo que ven sus ojos. La mujer se aparta y organiza un cabello rojo cobrizo.

- ¿Como has estado?

En eso los ojos de la mujer se enfocan en algo detrás de nosotros y en su rostro se dibuja una sonrisa angelical.

- ¡Amor! - Dice esta. - Mira quien ha decido por fin aparecer.

Un hombre de cabello castaño y ojos negros se para junto a la mujer y le rodea la cintura. Volteo para a ver a Juan Carlos, pero todo él parece ausente.

-Juan Carlos, ha pasado tiempo.

Al ver que no va a contestar, decido tomar la delantera.

- Hola, ¿Cómo están? Soy Sara. - Extiendo la mano, pero ninguno la toma, así que la retiro avergonzada. - ¿Quiénes son ustedes?

-Lo lamento. - Dice la mujer como si notara mi presencia por primera vez. - Yo soy Isabela y él es mi prometido Nicolas. Solíamos trabajar con Juan Carlos en la editorial.

-Mucho gusto. Trabajo junto a Juan Carlos en la parte editorial de USS.

- ¿Que hacen aquí? - Interrumpe Juan Carlos. Su tono es bastante amargo.

-Necesitamos hablar. - Dice Nicolas tratando de calmarlo.

Isabela me toma del brazo y me aparta algunos pasos. Sus ojos verdes están llenos de preocupación.

- ¿Todo está bien? - Pregunto. - Algo me dice que no solo eran simplemente compañeros de trabajo.

Isabela sonríe tímidamente y aparta la cara.

-Tienes razón. Los tres solíamos trabajar en la editorial. Juan Carlos y yo empezamos a salir y estuvimos juntos por cuatro años. Pero hace dos años a Nico y a mi nos mandaron a un intercambio en Inglaterra. Por la diferencia horaria casi no hablamos y entre Nico y yo empezaron a pasar cosas…

Siento una punzada en el pecho. Volteo a ver hacia donde esta Juan Carlos y lo sorprendo viendo en nuestra dirección. Desvío la mirada hacia Isabela.

- ¡Pero mira la hora! Tengo que irme, en cinco minutos tengo una junta. - Miento. - Fue un placer conocerte.

-Algo me dice que tú y él tampoco lo son. - Me guiña el ojo. Frunzo el ceño tratando de entender a lo que se refiere, pero no tengo tanta curiosidad así me doy la vuelta sin decir más.

Digo un bueno día sin dirigirme a nadie en particular y me siento en mi cubículo. Se que no debería sentirme traicionada, pero yo fui honesta con él y me abrí con mis inseguridades. Juan Carlos llega unos segundos más tarde jadeando. Mira en mi dirección, pero solo dirige un saludo a todos y entra en su oficina. Una notificación a mi correo me hace despegar la mirada de su puerta. Frunzo el ceño, el mensaje no llega de mi correo institucional sino del personal.

 

“Respetada señora Sara Torres, nos complace informarle que ha pasado el primer filtro de la competencia: Escritor Moderno. Le deseamos la mejor de las suertes en esta segunda etapa. Le informaremos una vez la decisión se haya tomado.

Muchos éxitos,

Editorial Páginas Flotantes.”

 

¿Qué es esto? Tal vez es alguna estafa. Reviso el correo de entrada y parece verídico. Sin embargo, busco en Internet y encuentro el sitio. Es una editorial independiente, además en su página principal está el enlace al concurso. Mi cabeza gira como un látigo hacia la oficina de Juan Carlos. Me pongo de pie y me dirijo hacia su oficina. El sonido de mis tacones se alinea con el palpitar de mi corazón. Debo tener cara de pocos amigos, porque Amanda se acerca, pero decide darse la vuelta. No espero para tocar y entro. Juan Carlos está sentado en su escritorio revisando el computador. Tiene ambos codos sobre la mesa y apoya su barbilla sobre sus nudillos, haciendo que sus bíceps se marquen. ¡Por Dios! Enfócate, Sara.

-Sara ahora no es un buen momento, por favor vuelve más tarde.

- ¿Como pudiste?

Juan Carlos voltea a verme de forma alarmada.

-Si es sobre Isabela, no tienes por qué preocuparte. Fue hace mucho tiempo y el que decidió romper el compromiso fui yo.

El alma se me cae a los pies.

- ¿Compromiso? ¿Qué compromiso? - Pregunto tratando de no elevar la voz para que nadie en la oficina pueda escucharlo.

Juan Carlos susurra una maldición y se lleva una mano para masajear su cien.

-Pensé… Cuando las vi hablando pensé que te lo había contado todo.

La ira ebulle en mi interior. Debería estar agradecido que en este momento su escritorio ponga una distancia entre nosotros. Juan Carlos se pone de pie, por lo que me toca inclinar la cabeza hacia atrás para verlo a los ojos.

- ¡Já! Entonces ¿Cómo pensaste que ella me había contado todo, creíste que no merecía que me dieras una explicación?- Respiro profundo. El mantener un tono de voz regulado se vuelve una tarea complicada. - Fui una tonta. Confié en ti, abrí mi pasado y parte de lo que soy y tu no fuiste capaz de hacer lo mismo.

-Lamento no habértelo dicho antes. - Trata de estirar la mano, pero yo aparto las mías antes de que pueda tomarlas. - Me sentía avergonzado.

- Es que eso no es lo peor de todo- mi voz se quiebra un poco. - Lo peor de todo es que te permití entrar y tú me traicionaste. No respetaste mis deseos e hiciste lo que querías.

Juan Carlos frunce el ceño.

- ¿De qué estás hablando?

-De la entrada al concurso Escritor Moderno. Tuviste la audacia de enviarlo sin mi permiso, cuando te dije claramente que quería pensarlo.

-Sara, yo no

Levanto la mano. Ya no quiero escuchar más excusas.

-Mira, cualquier oportunidad que hubiese entre nosotros no va a suceder. Y siendo realista, nunca hubiese funcionado. No conozco nada de ti, no me permites entrar. Yo soy un desastre de color y tú eres un alma monocromática obsesionada con el orden.

Sin decir más y antes de ponerme a llorar enfrente de él, me dirijo a la puerta.

-Sara

-Buen día, señor Hernández.

Cierro la puerta tras de mí.

Las siguientes dos semanas fueron grises y monótonas. Ya no hablaba con Juan Carlos, solo estrictamente por cosas del trabajo cuando no podía mandar a Amanda a hacerlo. Val se había ido de viaje de renovación de votos el día de la discusión, así que no quería molestarla con mi drama. Y Sam estaba al otro lado del mundo, haciendo lo que le apasionaba y no quería manchar su felicidad. Así que mis días se resumían en sacar a Percy, venir a trabajar y volver a casa a ver comedías románticas, donde los protagonistas siempre tienen un final feliz. Sin sumarle al hecho de revisar mi correo de forma ansiosa por la respuesta del concurso.

El día de hoy era una película sobre una chica en la escuela que no sabe lo bonita que es y la verdad es que no le importa mucho. Es entonces que el chico popular se fija en ella. Estoy justo en la parte donde ella se dice que la olvide, que no podrán estar juntos porque sus mundos son diferentes. Tuerzo los ojos y tomo una manotada de palomitas. Percy se encuentra acurrucado junto a mis pies, sobre mi manta rosada con cajitas de leche de fresa.

El timbre suena, haciendo que Percy se dé un gran susto y vaya a ladrar a la puerta. Mi corazón se detiene. Paro la película y voy hacia la puerta, no sin antes verme en el espejo. No estoy tan mal. Abro la puerta y no puedo ocultar la decepción.

-Ah, eres tú.

Val deja salir un chillido afligido. Lleva las manos al pecho de forma teatral, dándose un golpe en el estómago con la bolsa de papel.

- ¿Así es como recibes a tu hermana que no has visto en dos semanas? Creo que debería empezar hacer más amable con Jorge. Al menos el mueve la cola cada vez que voy a visitar a mamá y a papá.

Suspiro y le tomo de los hombros para envolverla en mis brazos.

-Te extrañé. No te vayas lejos por tanto tiempo.

Val me devuelve el abrazo, sin embargo, no dura mucho tiempo y me aparta hacia un lado. Entra al departamento, señalando el televisor con un grito ahogado.

-Estás viendo esa película ¿Por qué estás viendo esa película? - Cierro la puerta a mi espalda y voy hacia mi hermana- ¿Quién te hizo daño? ¿Alguien más compró la taza que querías?

Me siento en el sofá con las rodillas en el pecho. Val se sienta junto a mí, poniendo su mano delicadamente en mi rodilla y lo suelto todo. Desde que lo conocí, como me sentía a su lado, el departamento, mi poemario, las noches con él, el compromiso y el concurso. No sé en qué parte de la historia empecé a llorar, pero para cuando acabé, estaba recostada en el regazo de Val con una caja de pañuelos en forma de gota de agua.

-Se que cometí un error y que no debí ser tan dura con él. - Digo entre sollozos. - Y ahora él no quiere saber nada de mí y está en todo su derecho.

-Ven aquí. - Val me da unas palmaditas en el hombro, entonces me incorporo. - Tú no sabes lo que él está sintiendo, puede que él también te extrañe y quiera volver a intentar las cosas.

-No Val, le hubieras visto la cara, estoy segura de que no quiere verme ni en pintura.

-No puedes pasarte la vida haciéndote suposiciones de lo que siente o piensa la gente. - Val pasa sus pulgares bajo mis ojos para limpiar las lágrimas. - Cada persona es un completo universo, por lo que intentar adivinar como se comportarán es completamente desgastante.

-Gracias. - Me lanzo a darle un abrazo, pero ella lo esquiva y se pone de pie.

-Habiendo dicho eso tengo algo que confesar.

Oh no, tiene esa mirada. La misma mirada cuando dejo que Oscar se quedara a dormir y entre sus borracheras accidentalmente vomitó sobre la alfombra recién cambiada. Las cejas completamente levantadas y mordiéndose el labio inferior.

- ¿Qué hiciste?

-Saris, antes de que dejes viudo a Oscar tienes que entender que actué desde mi preocupación y cariño como tu hermana mayor.

-Valentina.

-El día que viajaba, olvidé empacar comprar un kit de viaje así que vine a tu departamento y me lo llevé.

Un peso deja mi cuerpo.

-No es tan malo, pensé que sería algo peor.

-Eso no es todo. Una amiga me había hablado de este concurso de escritores, así que vi tu computadora y decidí enviar tu poemario al concurso.

- ¡¿Qué?!

Me cubro la cara con las manos, las náuseas me invaden.

-Se que estuvo mal hacer eso, pero siempre dudabas de tu talento. El mundo merece conocer tus hermosas palabras, estas no están diseñadas para guardar polvo en algún lugar de tus recuerdos. Y mira, tenía razón, pasaste el primer filtro.

-Entonces no fue Juan quién envió el poemario. - Digo sin ninguna emoción.

-No.

-Fuiste tú.

-Sí.

-Mierda.

Me paso toda la mañana mirando con disimulo hacia la oficina de Juan Carlos. No me atrevo a acercarme por la vergüenza, pero necesito hablar con él y aclarar las cosas. Dios, ¿porque tuve que ser tan grosera? La notificación de un correo nuevo me saca de mis pensamientos. Reviso mi computadora, pero no hay nada nuevo. El corazón se me detiene cuando caigo en cuenta. Tomo mi celular y en la pantalla alumbra la notificación de Páginas al Viento. Las palmas inician a sudarme, desbloqueo el teléfono torpemente.

“Respetada señora Torres. Es un placer informarle que ha sido nombrada como la ganadora del concurso: Escritor Moderno. Sin embargo, nos hemos percatado que a su pieza le falta un título, por lo cual requerimos que este sea reportado a nosotros con un plazo no mayor a las 12 pm de la fecha en que recibe este correo.

Así mismo, le informamos que su trabajo le ha llamado tanto la atención a Editorial Páginas al Viento, que nos complacería discutir futuros trabajos con usted.

Felicidades por su victoria y esperamos oír de usted prontamente.

Cordialmente, Editorial Páginas al Viento.”

Me recuesto sobre el espaldar de mi silla y me llevo ambas palmas a mi boca. No puede ser, esto no puede ser cierto. Gané y les gustó tanto que quieren ver más de mi trabajo. Inconscientemente dejo escapar un chillido y lo callo rápidamente.

-Sara ¿Estás bien? - Dice Amanda asomando la cabeza por su cubículo.

-Si, es que recibí buenas noticias.

- ¿En serio? Me alegro mucho.

-Gracias.

- ¿Te puedo pedir un favor? - Dice con un tono dulce, completamente falso. - ¿Puedes revisar este artículo que escribí? Es que no estoy segura si lo hice bien y parece que el jefe ama todo lo que escribes.

-Sabes que, no puedo. Porque a partir de este momento, no trabajo más en este lugar. Voy a renunciar.

La mandíbula de Amanda cae al suelo. Tal vez piensa que perdí la cabeza por tanto estrés laboral, pero en este momento me importa muy poco lo que piense. Así que simplemente encojo ambos hombros y redacto rápidamente una carta de renuncia dirigida al señor Ortega. Al cabo de unas horas, vuelvo a mi cubículo con una caja de cartón en mis manos. Empiezo a guardar mis cosas, de una forma poco típica de alguien que acaba de renunciar a su única fuente de ingresos.

-Amanda ¿Has visto al señor Hernández? Perdón a Juan Carlos.

Amanda me mira frunciendo el ceño- Él se tomó el día libre para trabajar desde casa.

Llego a mi departamento para dejar las cosas, cuando una tormenta se desata tan fuerte como el día en que me enteré de que Sam dejaba USS. A pesar de ello, no voy a dejar que la lluvia me detenga, así que tomo mi gabardina roja. Me dirijo a la canasta de los paraguas y en ella solo está el paraguas amarillo, Val debió tomar el otro. Tomo el paraguas y salgo corriendo. Sin embargo, no llego más allá de la entrada de su edificio, ya que al parecer Juan no está en casa y sin el no puedo entrar. Llamo a su celular, pero me envía de una vez a la contestadora.

- ¿Sara?

Giro sobre mí y ahí está. Con un cuello tortuga azul oscuro y una gabardina del mismo color, bajo una sombrilla rojo escarlata.

-Necesito hablar contigo.

- ¿Está todo bien? - Pregunta acortan la distancia entre nosotros.

-Sí, solo que

Su mirada me recorre de pies a cabeza

-Eras tu ese día.

Sacudo la cabeza tratando de entenderlo - ¿Qué? ¿De qué estas hablando?

-La chica de la gabardina roja, mojándose bajo la lluvia en la parada del bus. Como si estar empapada no le molestara en lo más mínimo.

Los recuerdos de ese día me impactan como un rayo.

-Fuiste tú, la persona amable quien me dio este paraguasJ.C. Momento, pero eso no es importante. O sea, claro que es importante- Me corrijo atropellando las palabras. - Lo que trato de decir es que lamento tanto lo que te dije ese día.

-Espera. - Me corta y el alma me cae a los pies. - Entremos a mi departamento antes de que te enfermes.

Juan abre la puerta y me deja entrar primero. Mi mandíbula cae al piso, su departamento es tal cual lo describí. Minimalista con colores neutros. Su cocina es pequeña pero bastante organizada. Su comedor es una mesa circular de vidrio con dos sillas negras. En su sala tiene un sofá negro con un revistero cuadrado y un librero con cuatro libros, y en el centro de esta, una mesa de café con dos mugs, uno azul mate y el otro es blanco con una oreja de arcoíris en espiral. Cuando lo examino con detenimiento es un mug en forma de unicornio. El corazón se me parte en dos.

-Tenías razón. - Dice este apoyado sobre la columna blanca.

- ¿Con el departamento?

Juan ríe un instante y niega con la cabeza- Si, en eso también, pero me refiero con lo que dijiste. Debí contarte sobre Isabela, tuve muchas oportunidades y fui un cobarde por no hacerlo.

-Yo no debí presionarte. - Poso una mano sobre las suyas y llevo la otra a su mejilla. - Estuvo mal que te pidiera que te abrieras por completo al mismo tiempo que yo. Ser transparente contigo fue mi decisión y no puedo obligarte a contarme todo, porque es tu historia y tienes todo el derecho de contarla cuando estés listo.

-Sara, te juro que yo no envié tu poemario. Jamás cruzaría ese tipo de límites.

La culpa me golpea el pecho.

-Lo sé, fue mi hermana quién lo envío. Siento mucho haberte culpado por eso. Fui grosera y entiendo completamente si no quieres volver a saber nada de mí.

- ¿No volver a saber nada de ti? - Dice atónito. - Estas dos semanas sin ti han sido una agonía, pero trataba de no acercarme porque tú me lo habías pedido. Cada vez que llegaba a este lugar tan oscuro, anhelaba tu rayo de luz. En parte por eso no quería que vinieras, tenía miedo de que este lugar apagara tu esencia.

-Juan, para mí también fueron semanas difíciles y con cada día que pasaba te extrañaba más que el anterior. Quiero estar contigo. Amo cada detalle que eres tú.

- ¿Incluso vivir en un lugar como este? lleno de colores oscuros.

- Eso no importa, contigo no necesito que todo el lugar esté lleno de tantas tonalidades, ya que si estoy a tu lado todos los días estarán llenos de color.

En Juan se forma una sonrisa que le ilumina todo el rostro. Delicadamente toma mi mejilla y me acerca para darme un beso. Es tan delicado como el pétalo de una rosa. Le paso las manos por el cuello y lo profundizo. Juan hace lo mismo pasándome las manos por la cintura. Sus caricias hacen que todo mi corazón estalle.

Tumbados en el sofá, uno al lado del otro recuerdo como todo inició y se me escapa una risita.

- ¿De qué te ríes? - Pregunta quitándome unos cuantos cabellos del rostro.

-Solo recordé que nuestro primer encuentro se lo debemos a esa sombrilla amarilla. - digo señalando la sombrilla amarilla en la entrada. De la nada una idea se forma en mi cabeza.

- ¿Y ahora? ¿A que se debe esa amplia sonrisa?

-Creo que ya se cómo llamar a mi poemario. - Juan me mira a los ojos expectante. - Sonetos bajo la lluvia.


LAURA P. RIVEROS

20/08/2023

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